Cucharete disfrutó del Campeonato Mundial de Combate Medieval gracias al Winebus
25 Junio 2014 por Cucharete - Este artículo ha sido leído 62,673 veces
¡Cucharete se ha subido al Winebus de Madrid una vez más! Como si del mítico DeLorean DMC-12 se tratase, viajamos al pasado nada más y nada menos que a vivir en primera persona el sorprendente Campeonato Mundial de la Liga de Combate Medieval que tuvo lugar en el imponente castillo de Belmonte (Cuenca). Como en anteriores ocasiones… ¡Una experiencia Winebus inolvidable! ¡Nuevos amigos winebuseros! Y… ¡Excelentes vinos degustados! Un nuevo destino cada sábado que ilusiona y sorprende a sus viajeros haciéndoles partícipes de una aventura única y cercana en los alrededores de Madrid. ¡Súbete al Winebus y déjate llevar! ¿Ya sabes cuándo sale el próximo?
En anteriores ocasiones -cuando visitamos la espectacular y mística Noche de las Velas de Pedraza en 2013- os comentábamos detalladamente el funcionamiento del -a día de hoy ya conocido- Winebus: Una más que recomendable experiencia diseñada por un voluntarioso equipo que complementa a la perfección el mundo de los vinos con el deleite de viajar y vivir momentos únicos en compañía. Con el aliciente de que… ¡Se puede disfrutar a tope del vino! ¡No tenemos que conducir de vuelta a casa!
En la anterior instantánea, Ignacio Segovia rezuma felicidad al volante del Winebus con la camiseta corporativa cargada de energía positiva. ¡El día que se nos presentaba por delante prometía! ¡Partíamos en menos de 5 minutos! El equipo del Winebus mostraba el parte meteorológico a todos los presentes: “Hoy… ¡Sol a tope, chicos!”. Manejaría el timón rumbo a Belmonte, un municipio de la provincia de Cuenca situado en el punto kilométrico 342 de la carretera N-420.
Como cucharetero de pro, gastronómicamente hablando se me venían a la cabeza los zarajos, las gachas y el morteruelo al pensar en algunos de los platos típicos de la comarca que estábamos a punto de conquistar. Pero los kilómetros que separaban nuestro destino de la capital resultaron perfectos para que rompiésemos el hielo y el grupo de viajeros winebuseros comenzásemos a charlar y a conocernos.
Durante el trayecto, construimos una imagen emotiva e icónica que bien podría plasmar la esencia de esta exclusiva experiencia Winebus: ¡Los molinos de viento! Y ahora os lo explico… Para Lindsay -una chica de Texas que acompañaba en este viaje a su amiga Cydney, de Míchigan- la historia de Don Quijote de la Mancha era una de sus novelas fetiche. Sus estudios sobre España en EE.UU. giraban en torno a este personaje y su mundo de molinos de viento. De ahí que en cuanto dejamos atrás Madrid y entramos en Castilla la Mancha, creyó que los campos y el horizonte aparecerían atiborrados de molinos de viento por todos lados, miles y miles de molinos de viento. ¡Y los únicos que aparecían eran los modernos aerogeneradores de Gamesa! Lindsay decía: “No, no, ¡esos no son!” -cuando nos metíamos con ella-. Triste como un niño al que le han robado su ilusión, apareció frente a su ventanilla la estampa que tantas veces había visto en los grabados de sus libros de historia. “¡Un molino de viento de verdad!” -exclamó- Y los gritos y pataleos de entusiasmo y alegría en el Winebus casi consiguen desviar la trayectoria del vehículo. ¡Pocas veces había visto a una persona emocionarse de esa manera! Le saltaban las lágrimas y pegaba su nariz a la ventanilla para no perderse detalle, ni tan siquiera perdió tiempo encendiendo su cámara de fotos para inmortalizarlo, estaba ensimismada con el paisaje… ¡Y eso que era un único molino! ¡A lo lejos!
Nos dijo a todos que para ella era uno de los días más felices de su vida, que nunca creyó que llegase a ver un molino con sus propios ojos, y que el viaje -no sólo del Winebus, si no a España- ya había merecido la pena aunque acabase en ese mismo instante. ¡Y todavía acabábamos de partir! ¡Ni se imaginaba lo que le esperaba! -Y lo comprobaréis al final de este reportaje-.
Como todos sabéis, la primera parada del Winebus está pensada para descubrir vinos todavía desconocidos para nosotros, para saborear nuevas propuestas, para disfrutar de uno de los placeres de la vida que más adeptos maneja: ¡El mundo del vino! Visitando bodegas que rodean la capital siempre con una curiosa historia que contar…
En esta ocasión visitamos la seductora y familiar bodega Mont Reaga (Situada en Monreal del Llano, entre los pueblos de Mota del Cuervo y Belmonte). Esta elegante casona manchega, elabora desde 2004 sus productos bajo la denominación de origen “Vino de la Tierra de Castilla”. En sus 83 hectáreas encontramos siete variedades de uva de indudable prestigio en todo el mundo: Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah, Tempranillo, Verdejo, Moscatel y Sauvignon Blanc.
Multitud de premios recorren su espacioso hall de entrada y avalan su buen hacer a lo largo de todos estos años. Su propietario, D. Rafael Gismero, nos deleitó con la primera copa del día: Un Isola de Mont Reaga blanco sin crianza que se sirve frío para que potencie la alegría de un momento distendido. Un trago suave y fresco con toques afrutados que nos permitió realizar la visita a sus instalaciones de una manera mucho más cercana. ¡Con una copa de vino en la mano! -Experiencia Winebus en toda regla-.
Gema Valeriano -copa de vino en mano, no podía ser de otro modo- fue nuestra anfitriona. Se encargó de abrirnos las puertas de Mont Reaga y desvelarnos sus secretos. Los campos de cereal que rodean la bodega hasta el horizonte también son trabajados por la familia, cuyas iniciales forjan un portal que protege su legado.
Los jardines exteriores de Mont Reaga son paisajes en miniatura, cada rincón bien merece una fotografía. El río que pasa por debajo consiente este atractivo oasis en medio de tierras manchegas.
Unas simples escaleras hacia el cielo bien podrían ser el set perfecto para un vistoso reportaje de boda. Cielo azul, piedra gris, tierra roja, árbol verde… ¡Qué paz! -Sobre todo a la sombra-.
No tengo duda alguna de que, por la noche y cuidadosamente iluminada, la bodega brilla con luz propia. Vista desde la carretera a esas horas debe intuirse como un tesoro resplandeciente cuyos cofres, en vez de antiguas monedas de oro, guardan flamantes botellas de vino.
Copa en mano, atendiendo en todo momento a las indicaciones de Gema, nos disponíamos a penetrar en el interior de Mont Reaga. Un amplio portón de madera nos guiaba hacia el corazón del templo, donde recorreríamos las diferentes cámaras del tesoro.
¡Fijaos en el descomunal tamaño de los veinte imponentes depósitos de estructura troncocónica de 25.000 litros de capacidad! Gema nos comentó que su particular construcción permite controlar a voluntad la fermentación y la maceración durante la elaboración del vino -con aspas giratorias arriba y abajo-, así como incluso la extracción del color deseado. El aroma y el sabor embotellado en Mont Reaga se forja con este acero -¡Un acero muy distinto al que veremos en el Combate Medieval!-.
Los viñedos de Mont Rega no se riegan -el paso de un pequeño río regula las noches estivales-, con el fin de obtener uvas más pequeñas repletas de fruta y color. Incluso la vendimia se realiza por la noche, para cuidar hasta el extremo las condiciones óptimas de temperatura del producto recogido, que oscila entre 1,5Kg y 2,5Kg por planta. Posteriormente, le sigue un riguroso proceso de selección manual de la uva que retira cualquier elemento extraño -hojas y raspones- para la pulcra elaboración del vino.
La afinada escalera metálica de caracol que nos permite acceder a una plataforma que recorre la parte superior de los depósitos es una distinguida obra de arquitectura. Un ambiente industrial depurado que enamora al objetivo de la cámara.
El parque de barricas de 300 litros de capacidad de Mont Reaga -con una vida máxima de 4 años que asegura sus propiedades organolépticas- combina roble de alta calidad de tostado medio francés, americano y del Este europeo, que se encarga de dar protagonismo a su carácter varietal.
Pasear por sus salas es un placer, todo se muestra ordenado e impecable. En Mont Reaga también disponen de tinos de 5.000 y 10.000 litros, donde realizan tratamientos específicos como la fermentación maloláctica y en los que “duermen” crianzas especiales. ¡No elige nada mal las bodegas el Winebus! ¡Excelente descubrimiento!
Durante la visita aprovechábamos para fotografiar los rincones más recónditos de la bodega. Aquí tenéis a Cydney con su réflex utilizando una pequeña rendija como si de un observatorio furtivo de aves se tratase. ¡Click!
¡Y este es el resultado con la cámara cucharetera! Una vista de los campos de cereal de Mont Reaga a pleno sol. Los winebuseros, mientras tanto, a una temperatura mucho más agradable dentro de la bodega.
Lindsay y Cydney fueron las viajeras del Winebus que más disfrutaron con la cámara… ¡Porque con el vino de Mont Reaga gozamos todos! ¡De eso no cabe duda!
La lámpara de de araña que cuelga de uno de sus techos más altos, impresiona. Tanto, que había cola para ponerse completamente debajo y fotografiarla. Si se cae en ese momento, acabo en las antípodas. En la imagen sólo podéis apreciar la enorme circunferencia… ¡y es más alta que ancha! Así que haceos una idea de lo que puede pesar.
Un buen final para una fructuosa ruta enoturística es terminar en la sala de catas degustando su género. Y tras esa puerta forjada de colorida vitrina… Ahí estaba ese punto de encuentro con atractivo especial para todos los amantes del vino. ¡Del buen vino, claro está!
La mesa estaba esperándonos y Gema sirvió los diferentes vinos con destreza. La retroiluminación del tablero resultó perfecta para ojear las variaciones de color, y las almendras de las cestillas preparaban nuestro paladar para una nueva inmersión.
El equipo del Winebus custodiaba sus copas cual mamá pato cuida a sus patitos. No hay patito feo aquí, ya puede ser blanco o negro que se tratará con igual cariño. ¿Con cuál os quedaríais vosotros?
Aunque el cisne de la bodega Mont Reaga era indiscutiblemente el Fata Morgana -un exclusivo vino dulce natural Merlot 100%-. ¡Me encantó! ¡Sensacional! Merecidos 30 € que cuesta cada botella en bodega, ni qué decir tiene que son necesarias hasta 80 cepas para conseguir llenar una de ellas. Una crianza de hasta 2 años que consigue un personalizado sabor dulce que quita el sentido. Un producto de lo más selecto. Un hechizo. Una pócima del placer. ¡Chapó!
Probamos también el Blanco de Mont Reaga -un razonable Sauvignon Blanc 100% con 6 meses de crianza- que resultó ser fresco y divertido, a la vez que goloso; y un Mont Reaga La Esencia -Syrah 100% con 12 meses de crianza controlada sobre sus lías en los primeros meses-, que atesora una buena lista de premios y que sorprende por su gran cuerpo y final largo.
Brindamos como mandan los cánones -incluso en japonés gracias a la graciosa ocurrencia de Gema-, y posamos ante un interminable carrusel de cámaras y móviles para que todos y cada uno de nosotros se llevase ese emotivo instante a sus casas.
No hay nada que comentar de la siguiente fotografía… ¡Un vino excelente! Su tarjeta de presentación lo deja bien claro. ¿Volveremos a cruzar nuestros caminos?
El itinerario marchaba según lo previsto, cumpliendo todos los plazos del recorrido. El experimentado equipo del Winebus controla con maestría los tempos y, a las 14:10h de ese inolvidable sábado 3 de mayo, salimos “viento en popa a toda vela” hacia Belmonte -del que nos separaban apenas 5 km-.
Fue llegar y besar el santo… En pocos minutos teníamos nuestro sello de entrada al solemne castillo de Belmonte sin tener que sufrir colas. ¡Y podéis creerme que había gente! ¡Vaya si había gente! Pero ir en el Winebus conlleva que el Lado Oscuro de La Fuerza -el camino a muchas habilidades que algunos consideran antinaturales- está contigo. ¡Viva Darth Vader! No todas van a ser odas a los caballeros Jedi.
Y con esa señorial vista de uno de los torreones de la fortaleza de estilo gótico-mudéjar del siglo XV, acampamos -o mejor dicho, “autobusamos”- para el picnic.
Bocatas de lomo con queso, de salchichón, de ternera con pimientos, de jamón serrano… Queso para picotear y… ¡Vino Isola de Mont Reaga! ¡Of course! Nos lo estábamos pasando pipa -a estas alturas ya constituíamos un enternecedor grupete de amigos-, pero todavía quedaba lo mejor de la tarde… Asistir en primera línea al ¡Campeonato Mundial de Combate Medieval! ¡Ahí es nada!
Bajo estas líneas os presento, de izquierda a derecha y de arriba abajo, a Ignacio -alma máter del Winebus-, Ana -una sevillana que se apunta a muchas winebusadas-, Angélica -una cuasimadrileña natural de Lima, Perú-, Christopher -un chico de Newcastle que conoció el Winebus gracias a las excelentes valoraciones de TripAdvisor-, Cydney –una chica de Míchigan que quería vivir una experiencia diferente-, Lindsay -una texana que estaba recorriendo España soñando con poder ver algún día con sus propios ojos los molinos de viento de Don Quijote-…
¡Y yooooooo! ¡Rayo el Cucharete! Que jamás me había hecho un selfie con barba y creo que va a ser la última vez. Aunque lo importante de esta foto ¡es el vino! ¡Todo se ve más bonito con una copa de vino en la mano! ¡Eso reza el lema del Winebus! Pues ahí estábamos todos, de picnic en el parking que habían habilitado a los pies del castillo, charlando como si nos conociésemos de toda la vida.
Entrar al castillo fue duro, pues perdí mi cabeza. No, no… No me refiero al espectáculo sangriento que insinúa la siguiente imagen en la que dos caballeros intentan cortarme la sesera, sino al vino. ¿O qué os creíais? ¡Insensatos!
Después de un vídeo documental de 15 minutos de duración que nos contó de forma muy amena la historia del castillo de Belmonte -recomiendo su visionado-, comenzamos a subir escaleras, pues las vistas desde los torreones prometían.
Las recias rejas del castillo permitían vislumbrar el campo de batalla a los pies de la fortaleza a medida que ganábamos altura. ¡Vaya somanta de leches se estaban dando ahí abajo! Ya os contaré, ya… ¡Pim! ¡Pam! ¡El estridente sonido de los golpes del acero contra el acero atravesaban los muros!
El castillo de Belmonte es propiedad de la Casa Ducal de Peñaranda-Montijo, gestionando todas sus actividades los responsables de su servicio: Javier Fitz-James Stuart de Soto y Hernando de las Bárcenas Fitz-James Stuart. La mayoría de sus salas guardan con una excelente conservación parte de nuestra historia.
Para una visita completa y detallada al castillo, dada la riqueza y peculiaridad de sus artesonados mudéjares, resulta recomendable valerse de la audioguía que entregan a la entrada. ¡Y dejar disfrutar a la cámara con las instantáneas! Dicen las malas lenguas, que en el artesonado octogonal de la habitación del marqués -bajo estas líneas-, éste ejerciera el derecho de pernada.
Gracias a la grabación de míticas escenas de la película “El Cid” -protagonizada por Sofía Loren y Charlton Heston- el castillo resultó un fantástico escenario para la industria cinematográfica estadounidense. Muchos de los habitantes de Belmonte participaron en el rodaje disfrazándose de caballeros durante el torneo a caballo de Rodrigo Díaz de Vivar, que se rodó en la explanada del antiguo campo de fútbol, en una de las laderas del castillo. También fue rodada íntegramente en Belmonte la película “Los señores del acero”, donde uno de los especialistas perdió la lengua al caer mal desde una de las torres. Del mismo modo, “Juana la Loca” y “El caballero Don Quijote” llevan la firma de esta fortaleza-palacio en sus metrajes.
Después de pasear por el patio de armas, visitar las mazmorras y recorrer cada una de las habitaciones reales del castillo, subimos a la torre del homenaje y disfrutamos de unas espectaculares vistas de un horizonte plagado de luchadores de todo el mundo.
La planta de este castillo -con forma de estrella- es única (me recuerda a la planta de la Iglesia de la Peregrina de Pontevedra en forma de concha de vieira, salvando las distancias, debido a su originalidad), y su “bestiario medieval” esculpido en piedra no tiene parangón en España. Estamos ante uno de los castillos más emblemáticos de España. El pueblo al fondo, en un día soleado como el que presenciábamos, luce fastuoso. La Colegiata gótica del siglo XV -al centro- reivindica su parte de protagonismo.
Los torreones cumplen una doble función: como contrafuertes y como defensa de las partes más vulnerables del castillo. Recorrimos la “terraza” buscando las mejores vistas, guiados siempre por el sonido de las espadas de los caballeros que luchaban en su base.
¡Y las encontramos! En la siguiente imagen estamos medio Winebus disfrutando desde el “palco VIP” de la batalla entre un alemán y un japonés. Cuando, a medida que avance el artículo veáis más adelante al japonés, ¡vais a alucinar! ¡Menudo animal!
Hicimos fotos desde todas las esquinas posibles: con el pueblo de fondo, con el torneo de fondo, con los molinos de fondo, con el campo de fondo… No estábamos en la Estación Espacial Internacional ni mucho menos, pero aún así pudimos recorrer un horizonte de 360º de nuestro planeta manchego con nuestra cámara.
Aquí estoy desde “el palco” en mi cómoda butaca de piedra con mi cervecita disfrutando de los hostiazos padre que se pegaban unos a otros allí abajo antes de ir a verlos de cerca. ¡Una gorra echaba de menos! No os voy a decir que no… ¡Vaya sol justiciero!
La muralla se llenaba de peregrinos en busca de las mejores vistas próximas al torneo. ¡Qué bonito es Belmonte! ¡Una preciosa postal manchega!
¡Pimmm! ¡Paaammm! ¡Crashhh! ¡Zum! ¡Zasss! ¡Ziiiuuum! ¡Clonk! ¡Clink! ¡Zack! ¡Zuuuhhh! ¡Tronk! ¡Clash! ¡Zannnk! “¡Ayyyy!”
A continuación una de las vistas en las que Lindsay exprimía su tarjeta de memoria: ¡Molinos de viento en el horizonte! ¡Y de los de verdad!
El castillo fue concebido como una gran fortaleza palaciega, que por una parte satisfacía las necesidades defensivas del marqués de Villena y, por otra, tenía la función de una morada lujosa, acorde con sus ansias de poder y la influencia de D. Juan Pacheco. Está tan bien conservado que parece sacado de un sueño de príncipes y princesas. A medida que te alejabas de él, más respeto imponía.
¡Bajamos a la arena! ¡A luchar! Mejor dicho… ¡A la tierra! Porque no os podéis ni imaginar la cantidad de polvo que nos comimos. ¡Y bien rico que estaba! Que los cucharetes no le hacemos ascos a nada…
La explanada estaba abarrotada de gente. Parecía el metro de Madrid en hora punta. ¡Mucha cerveza! ¡Mucho ambiente! ¡Mucho polvo! ¡Mucho Winebus!
Vale más una imagen que mil palabras… ¡Ya lo decía mi abuela!
Minutos atrás transitábamos el castillo con el enriquecedor paseo por el adarve, entre almenas y torreones. En el momento de la siguiente toma, vivíamos de cerca la reconstrucción de la villa medieval que habían preparado para la ocasión.
Recorrimos las tiendas de artesanía que satisfacían las inquietudes de los visitantes, podías encontrar cualquier cosa. El día lucía espléndido. Una tarde de auténtico lujo. ¡Una tarde Winebus!
Lo que llamó mi atención no fueron los puestos en sí, si no su contenido, completamente diferente al que llevan las conocidas ferias de artesanía que solemos ver por nuestras ciudades: Cuenca, Alcalá de Henares, Pontevedra, Albacete… ¡Aquí había un material formidable! ¡Auténtico! Yelmos de guerra que compraban directamente los luchadores, cinturones con temperamento, utensilios de madera de olivo de todo tipo, pieles sin apenas tratamiento, juegos de cartas con personajes históricos… No estábamos ante los típicos puestos de Feria Medieval que recorren las diferentes localizaciones españolas con la misma gente y los mismos productos una y otra vez. ¡Belmonte es único! ¡Esencia en sí mismo!
Continuamos descendiendo ladera abajo y, a medida que el castillo se ocultaba entre los árboles, surgían las tiendas de campaña de época en las que hacían la vida los luchadores y sus familias durante los días de combate -del 1 al 4 de mayo de 2014-.
Las mujeres de los participantes los acompañan en todo momento durante esta belicosa hazaña. Vimos a varios heridos dentro de las parcas tiendas con hielo en las rodillas, en los brazos, copados de grandes moratones, sujetando grandes paños en la cabeza… ¡Madre del amor hermoso que hostiazos se pegaban los tíos!
Tras un severo combate, la formación regresaba al campamento. En la siguiente fotografía vemos a un destacamento alemán abatido. A más de 35 grados, y recubiertos de armaduras de acero templado, cada paso era un logro mayúsculo. Un cucharete, por poner un ejemplo, únicamente podría haber sujetado la bandera, y no durante mucho rato.
El equipo del Winebus nos sorprendió a todos con una grata noticia. Había reservado una botella de Blanco de Mont Reaga para la ocasión y, en cuanto nos enteramos que estábamos a punto de presenciar una extraordinaria exhibición de aves rapaces en la explanada, nos dispusimos a abrirla y a repartirla entre los winebuseros mientras reservábamos hueco en la primera fila.
¡El vino fresquito sabía a gloria con ese calor! ¡Riquísimo! La experiencia Winebus cuida detalles a priori insignificantes, la temperatura del vino es primordial. Quizás había más de 500 personas presenciando las acrobacias de las águilas, buitres, azores y halcones… Pero podéis estar seguros de que los winebuseros éramos “los putos amos” -con perdón de la expresión, pero es que esta ocasión lo merece-. La envidia se plasmaba en las caras del resto de presentes y cuatro o cinco me preguntaron que dónde podían conseguir un vaso de vino fresquito si durante el acto era imposible. ¡Subiéndose al Winebus en el futuro! ¡Que piensan en todo! La siguiente instantánea va por el Winebus: “¡Ave Winebus! ¡Los que van a beber te saludan!”
El cetrero era un maestro de la palabra. Se ganó al público en todo momento y, al finalizar la demostración, respondimos con vítores y aplausos bien merecidos. Todo un personaje de dos metros de estatura que disfrutaba de su trabajo.
Diferentes equipos de más de 15 países levantan durante estas fechas este acicalado campamento medieval, viviendo con los enseres y la indumentaria propia de los siglos XIV y XV, dependiendo la centuria del bloque participante.
Los pequeños están de enhorabuena, pues se divierten pintando sus caras y recorriendo en burrito el engalanado poblado en una encantadora caravana de cuadrúpedos.
¡A la sombrita! ¡Estos sí que saben! En el palco presidencial están los jueces que valoran cada uno de los enfrentamientos -con ayuda de los árbitros a pie de pista-. Los espectadores se amontonan para no perderse las luchas cuerpo a cuerpo lo más cerca posible. No se trata de lidias previamente coreografiadas ni de un espectáculo de teatro, si no de una competición al más alto nivel donde, todos y cada uno de los luchadores, dan lo mejor de sí mismos para conseguir la victoria. ¡Y cómo dan! ¡Con fuerza! La fiereza de los combates muestra al mismo tiempo la actitud de respeto y hermandad por el adversario, al que no se le da cuartel. ¡Acongoja!
¡Aquí tenéis al participante japonés del que os hablaba anteriormente! ¡Menudo bicharraco! Superaba los dos metros de estatura y probablemente los 150 kilos de peso. ¿Os imagináis a este individuo manejando una espada de acero y estampándola con ganas en vuestra cabeza? ¡Aunque llevéis un yelmo de acero os lo funde para dentro! ¡Menuda brutalidad de elemento!
Las mejores vistas, sin duda, para aquellos que colgaban sus pies de la muralla. Los patrocinadores de este deporte, añaden un componente cultural e histórico: las armas, armaduras y vestimenta utilizadas por los participantes son revisadas por un comité verificador que busca el nivel de autenticidad que exige el evento.
El “Combate Medieval” -del mismo modo que las artes marciales tienen su origen en un punto remoto del pasado- es considerado un deporte de contacto con un enérgico paradigma histórico, basado en los torneos medievales de la Europa de los siglos XIV y XV.
Siempre veremos luchas entre dos bandos, ya sean duelos o peleas de grupo. ¡Incluso de grupos grandes! ¡Una batalla completa! Obviamente, existe un reglamento oficial que normaliza qué equipamiento se debe utilizar, que técnicas son permitidas, así como un código disciplinario estricto que sanciona duramente las fallas del mismo. El objetivo de una cruzada en grupo es derribar a todos los miembros del equipo adversario, y para ello se utilizan todo tipo de técnicas y armas golpeando con fuerza y sin compasión. Los duelos en cambio se deciden por puntos, premiando no sólo la fuerza, prestando mucha atención a la técnica.
Aquí tenemos a Lindsay y Cydney posando con un fornido guerrero polaco minutos antes de pegarse de leches en la arena. Ignacio y Christopher, cámara en mano, se encargaron de inmortalizar el momento. ¡Momento Winebus!
¡Y ahí lo tenéis! ¡Dale “Manolo”! ¡Dale fuerte! No se trata de lesionar al adversario, simplemente de hacerle tocar suelo y conseguir la puntuación máxima, aunque la exigencia de los impactos recibidos en la armadura es realmente seria.
Y ésta es la “postal winebusera” de ese fantástico 3 de mayo -únicamente faltamos Ana y yo, que estábamos haciendo la foto-. Un día espléndido en el que renovamos el color de nuestros zapatos. ¡Llegué a casa con tierra hasta en los…!
Otro animal de esos que si te da una colleja con la mano abierta te manda más lejos que Bud Spencer. ¡Imagináoslo con un martillaco de esos! ¡O una bola de cadena con pinchos! -mangual, para los entendidos-, porque aunque no os lo creáis, esas armas también estaban permitidas.
¡Casi pierdo la cabeza de verdad! ¡La madre que lo parió! El tío este de la fotografía, que no hablaba ni papa de español ni de inglés, se emocionó tanto que se olvidó de la foto y casi me tira al suelo. ¡Pero tío! ¡A dónde vas! ¡Relájate colega! Tenía la adrenalina al 200% y casi la liamos…
La vida en la villa medieval era de lo más austera. Nadie puede negar su autenticidad. Preguntadle a cualquiera de los españoles que pasaban por allí a qué olía ese cordero… ¡Puuuaaajjj! El primer plato de la historia que no quiere probar un cucharete.
Anunciaron por megafonía que a continuación veríamos batallas completas con todos los integrantes de cada uno de los equipos. ¡No os imagináis con las ganas que subían ladera arriba los guerreros! Gritando, en tensión, de mala hostia… ¡El primero de la imagen lleva un hacha! ¡Jooooooooooooder!
Nos desplazamos a una zona de árboles cercanos que nos permitía visualizar la estrategia de movimientos de todo el equipo. ¡No había sitio! Más de uno con la boca abierta al ver semejante somanta de leñazos… ¡Las hostias no eran de atrezo!
El equipo de la izquierda corriendo hacia la derecha y el de la derecha corriendo hacia la izquierda. Y en el encuentro central… ¡Brrruuummm! ¡Bestial! Realmente increíble. Me imagino al del hacha como se emocione mucho la que puede liar él solo…
Dejamos Belmonte atrás y nos dispusimos a comentar las mejores jugadas camino a Madrid. Había sido un día duro. ¡Demasiado calor! Pero… ¡Vaya si había merecido la pena!
El equipo del Winebus, a sabiendas de la romántica y emotiva relación de Lindsay con los molinos de viento, decidió desviarse de la ruta de vuelta a Madrid y sorprendernos a todos con una parada más, una pausa que resultó entrañable. De camino, Lindsay leía los letreros de los pueblos que atravesábamos con el Winebus: “¡El Toboso! ¡Increíble! ¡Estoy en El Toboso! ¡El pueblo de Dulcinea! ¡No me lo puedo creer!”. Y gritos y más gritos de emoción… El resto de viajeros disfrutábamos tanto o más que ella viendo sus reacciones… ¡Inimitables! ¡No podía ocultar su alegría!
Y no os podéis imaginar cuando llegamos a Mota del Cuervo y aparcamos el Winebus enfrente mismo de los molinos. ¡Casi le da un infarto! ¡Verídico! Salió corriendo, disparada, temblando, saltando y gritando con los brazos en alto hasta abrazar el primero de ellos. ¡Wooooow! Allí mismo debió terminar la tarjeta de su cámara, inmortalizando los gigantes con los que luchaba Don Quijote desde todos los ángulos posibles.
Lindsay atendía concentrada las explicaciones de la guía que nos permitió la entrada a uno de ellos minutos antes del cierre. Estaba exhausta de tantas emociones continuadas. No podía imaginar que llegaría a estar en el interior de uno de ellos. Para nosotros, verla disfrutar a ella era como multiplicar por 100 lo que estábamos viviendo.
Fotografiamos todo hasta la saciedad. No os engaño si os aseguro que me vine con más de 200 fotos de molinos…
Mota del Cuervo al fondo. Volveré con más tiempo para callejearlo y sentirlo más de cerca.
¡A-lu-ci-nan-te! ¡Todavía quedaba una botella de Blanco de Mont Rega! Y qué mejor momento que disfrutarla fresquita como broche final de un día inolvidable en unas excelentes copas de cristal que el equipo del Winebus siempre lleva consigo. ¡Vamos Ignacio! ¡Ábrela ya!
Mi sombra con una copa de vino en la mano en un paraje sin parangón. ¡Momentazo Winebus! Buen vino, bellas historias, mejores personas.
¡Brindamos por Don Quijote! Saboreando el último trago del día como si de una pócima mágica se tratase. ¡Qué temperatura! ¡Qué a gusto se estaba en la colina!
¡Ahora sí que estamos todos! ¡El Winebus del 3 de mayo al completo! ¡Por vosotros, chicos! Algún día nuestros caminos se cruzarán de nuevo y recordaremos este momento.
Ignacio lo repite siempre: “Todo se ve más bonito con una copa de vino en la mano”. ¡Y que lo digas! ¡Para muestra un botón!
Nos quedamos observando un anochecer de película… Como suelen terminar la mayoría de las experiencias Winebus, emocionando a la gente mientras el día se apaga lentamente… ¡Hasta el próximo sábado!
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